Por Juan Tomás Olivero
En estos días la discusión y la preocupación ha estado centrada en como conformar la Suprema Corte de la Justicia, dizque según el supuesto de los que quieren sacar ventajas, y para quienes no quieren dejarse sacar esas ventajas, conformar una Institución Jurídica que garantice una estructura judicial y selección de jueces que saque nuestra justicia del charco, del fango y del pantano de la corrupción.
Será posible conformar un sistema judicial que realmente administre justicia, cuando los elementos que deben componer este sistema hay que elegirlos de ese monto de la mediocridad, atracadores autorizados que al ver un ser humano, un hombre o una mujer se les desarrolla el ímpetu del buitre; atacar para dejar el otro en la llanta, dejarlo en los puros huesos, no soltarlo hasta no acabarlo. Esa es la ética sólidamente formada en los últimos mercaderes del Derecho.
Resultan estas reflexiones muy cargadas de negatividades; pero, dónde y de forma negativa están las bases del problema, el origen de estas desgracias. Con pena, pero sin apelación tendrán que llorar sus penas los nuevos colmadones de la educación superior, que de forma irreverente se hacen llamar universidades.
Estos puestos de absurdos curriculares, con sus mostradores académicos, están despachando títulos y grados como si fueran cervezas del mejor de los frízer, producir en el caso del Derecho, echa días y jornaleros de los estrados.
Los ciudadanos con el ataque de esa langosta del procedimiento, sólo les queda pedir que aparezca el ángel de las marcas y que Dios les libre de caer en manos de un tablajero de éstos.
La historia de las carreras liberales, le tiene asignado al Derecho y al jurista reservado un espacio de gloria y grandeza. El más alto pensamiento estuvo expresado entre filósofos y abogados, la sabiduría del juicio nunca le fue superada por otras disciplinas. Pero hoy en los pasillos de los tribunales contemplamos musgos con estupor y escándalo, como los analfabetas colgando en pecho exhiben la corbata negra, que en los tiempos de gloria fuera signo de dignidad y grandeza, hoy no deja de ser una licencia para la extorsión.
Vemos como estos enviados de la estafa se desplazan maletín en mano, camisa blanca y pantalón negro como si guardaran luto del último cliente víctima de sus trampas.
El don más preciado de la humanidad es la libertad y la seguridad de los bienes, es la mercancía con la que estos hijos del negocio de la ley, se divierten haciendo gala de sus codicias.
La grandeza de nuestros juristas, los que han llenado de gloria los estrados del mundo y de la República han tenido sus bases en la entereza y la dignidad con que han asumido la custodia de los bienes que le han confiado sus defendidos, quienes siempre orientados por la ética Kantiana del imperativo categórico de forma absoluta y radical asumen la obligación moral de no pretender para si los bienes confiados en custodia.
Hoy tenemos que contemplar de forma afligida y apenada, que las últimas de las plagas que azotan nuestra justicia, “los abogaditos”, como diría monseñor Rivas en 1995, han saltado con el más espectacular de los brincos académicos estas máximas y deberes de la ética del Derecho. Estos exterminadores de sentencias están programados para siquitrillar a todo el que se le atraviese en su camino del saqueo.
Podemos decir con pena que estos nuevos destripadores del procedimiento y buhoneros del Derecho, la primera estrategia que elaboran de sus defendidos son como quedarse con los bienes de sus clientes. Todos los malabares, estratagemas y redondeos del proceso, están orientados a dejar sin recursos y en la ceniza a sus clientes.
Este triste panorama, nos hace concluir que la carrera de Derecho, fuente de la que se nutre nuestra justicia, cantera de donde deben salir nuestros jueces y fiscales, en fin, los representantes de la ley; esta arrabalizada y desnaturalizada por la proliferación de escuelas para hacer abogados, o mejor dicho, mercaderes de la ley.
La UASD, UNPHU, INTEC y PUCMM, del CONES, Institucionadalidad y Justicia tienen tremenda tarea, salir en defensa de los más sanos propósitos de la sociedad haciendo sentir su autoridad académica y moral contra la cultura de arrabalización, que ofertan los colmadones llamados universidades.
El Colegio Dominicano de Abogados tiene y está obligado a jugar su papel, no puede permitir que los “abogaditos”, obtengan un exequátur y una colegiación, que no deja de ser un instrumento para la perversidad jurídica. La nobleza de la cátedra del Derecho de nuestras auténticas universidades, la estirpe de dignidad que aún abunda en nuestros tribunales, la generación de integridad, honestidad y sabiduría jurisprudencial tienen que alzar su voz para no dejarnos asfixiar por la avalancha de la cultura de la estafa y la extorsión jurídica de los “abogaditos”… ¡Qué Dios nos libre de esta plaga!.
* El Siglo, martes 29 de abril de 1997, pág. 13